viernes, 26 de noviembre de 2010

A qué mirar, a qué permanecer

A qué mirar, a qué permanecer
seguros
de que todo que es así,
seguirá siendo...
Jamás pudo
ser de otra forma,
compacto y duro,
este
-perfecto en su cadencia-
mundo.

Preferible es no ver.
Meter las manos
en un oscuro
panorama, y no saber
qué es esto que aferramos,
en un puro
afán de incertidumbre,
de mentira.
Porque la verdad duele.
Y lo único
que te agradezco ya
es que me engañes
una vez más...

-«Te quiero mucho...»

Ángel González

miércoles, 24 de noviembre de 2010

El Revés y el Derecho (fragmento)

Si casi todos los hombres son capaces de utilizar una gran fortuna, la dificultad comienza cuaando la suma es pequeña. La mujer permaneció fiel a sí misma. Cerca ya de la muerte, quiso dar abrigo a sus viejos huesos. Se le ofreció una verdadera oportunidad. En el cementerio de la ciudad acababa de expirar una concesión, y en ese terreno los propietarios habían levantado un suntuoso panteón, sobrio de líneas, de mármol negro, un verdadero tesoro, en verdad, que le dejaban por la suma de cuatro mil francos. Ella compró el panteón. Era valor seguro, independiente de las fluctuaciones de la bolsa y de los acontecimientos políticos. Hizo arreglar la fosa interior y la mantuvo lista para recibir su cuerpo. Una vez terminadas las obras, mandó grabar su nombre en letras mayúsculas en oro.

Le causó tanta satisfacción todo aquello que llegó a concebir un verdadero amor por su tumba. Al principio iba a ver la marcha de las obras. Y luego terminó por visitarse todos los domingos por la tarde. Era ésa su única salida y su única distracción. Hacia las dos de la tarde, recorría el largo trayecto que llevaba a las puertas de la ciudad donde se hallaba el cementerio. Entraba en el pequeño panteón, cerraba cuidadosamente la puerta y se arrodillaba en el reclinatorio. De esta manera, puesta en presencia de sí misma, comparando lo que ella era y lo que iba a ser, encontrando el eslabón de una cadena siempre rota, penetró sin esfuerzo en los secretos designios de la Providencia. Por un símbolo singular, llegó a comprender un dia que estaba muerta a los ojos del mundo. El día de los santos, en que llegó más tarde que de costumbre, encontró el umbral de la puerta piadosamente adornado con violetas. Por una delicada atención, unos desconocidos, apiadados ante aquella tumba sin flores, habían compartido las suyas y honrado la memoria de aquel muerto abandonado a sí mismo.

Albert Camus

miércoles, 17 de noviembre de 2010

El Último Ser Humano

La idea de volver a acariciar su rostro capturado en aquel precioso retrato le atormentaba por completo, aunque vivía con la certeza de que tarde o temprano consumaría de nuevo ese maquiavélico e irrefrenable ritual. Meses atrás había tomado la tajante decisión de apagar todos los relojes, no soportaba la idea de escuchar como pasaba el tiempo ante sus ojos y la incapacidad para retener uno solo de esos instantes, asirlo firmemente con su mano y no soltarlo jamas.

A pesar de todo, esa mañana sentía un enorme nudo en el estómago, una extraña e implacable sensación de agobio que le forzó a ponerlos de nuevo en funcionamiento. Necesitaba escucharlos, tener la certeza de que el tiempo no se había detenido, sentir su respiración acompasada con el segundero y tomar conciencia de que la vida se le escapaba ante sus ojos sin poder hacer nada por evitarlo.

Los recuerdos le inundaban la cabeza, nublaban sus ideas, sus sueños y ambiciones, impregnaban su vacía existencia como el polvo que se asienta en las viejas bibliotecas. Le resultaba imposible distinguir la realidad, su realidad. Ansiosamente rebuscó en el cenicero una colilla que aún no hubiese apurado, pero no la encontró y una cólera desenfrenada se adueñó de sus actos.

Empuñó firmemente el atizador de la chimenea y comenzó a destruirlo todo, los relojes, los muebles y estanterías, las puertas y las paredes, cualquier cosa que se encontraba a su paso. Esos instantes de desenfrenado frenesí le devolvieron la libertad, vaciaron sus pensamientos de problemas y anhelos, le enseñaron de nuevo que podía haber un camino que seguir, la destrucción se mostraba como una alternativa vital y eso le reconfortaba en sobre manera.

Durante varias horas se quedó inmóvil contemplando su obra, le agradaba la idea de que todo podría sucumbir, que nada se le resistía. Se reafirmaba en su nuevo yo, retroalimentando su ego y reflexionando a cerca de la revelación que acababa de experimentar.

Escrutó detenidamente todos los destrozos hasta que fijó su mirada en un fragmento bastante grande del espejo del recibidor. Caminó cuidadosamente hasta el, lo cogió con fuerza sintiendo como cortaba sus manos y observó detenidamente su rostro reflejado. Se sentó en el suelo y se dio asco. Su aspecto ya no le representaba y sintió la urgente necesidad de mostrarse como ahora era. Estiró su mano y seleccionó minuciosamente un pequeño cristal afilado. Sosteniendo con su mano izquierda el espejo proyectaba su nueva apariencia mientras rajaba su cara desde la frente hasta el mentón, con la única precaución de no dañar su ojo.

La punzante sensación le produjo risa. Sentía como las gotas de sangre resbalaban por su rostro, se detenían un instante en su barbilla y después caían. Durante casi un minuto aguanto la respiración, necesitaba disfrutar del silencio penetrante que inundaba la sala y que tan solo se atrevían a romper esas gotas de sangre al impactar con el suelo.

Un leve murmullo comenzó retumbar, chocaba y rebotaba por las paredes hasta impactar contra su cabeza. No era capaz de ubicarlo pero le resultaba muy incomodo. Recapacitó unos instantes, esto ya lo había vivido otras veces. El nerviosismo se apoderó de nuevo de sus actos y comenzó a buscar el maldito retrato de forma compulsiva. No tardó mucho en localizarlo. Allí tirada en el suelo, observándolo fijamente, estaba la maldita foto.

- ¿Ya no me soportas? - Gritó con voz severa.
- Se acabó, todo lo que representabas para mí, se acabó.

Con paso firme avanzó hasta el retrato, lo acarició de nuevo seguro de que esta si sería la última vez y lo lanzó a la chimenea. Ansiosamente comenzó a cargarla con restos del mobiliario hasta que quedó repleta, pero eso le pareció insuficiente. Apiló en torno a ella todo lo que encontró a su paso, hasta que la gran habitación se tornó en un improvisado vertedero, pero eso también le pareció insuficiente.

Se detuvo y centró sus pensamientos en la sala de la caldera. Dos mil litros de combustible esperaban su momento para ser quemados, este momento. A la carrera descendió por las escaleras hasta el sótano. Llenó varios recipientes de gasolina. En varias tandas los fue subiendo al piso de arriba y vertiéndolos, en primer lugar sobre las cosas amontonadas en torno a la chimenea, después, aleatoriamente por todos los lados. Bajo una última vez, desprendió la tubería que unía el depósito con la caldera y dejó que se derramase el combustible por todo el piso de abajo.

Se tomó un largo tiempo para paladear el aroma que desprendía todo. Ese olor a gasolina le producía un extraño bienestar. Después subió a su habitación y se vistió con ropas elegantes. Uno a uno sacó al jardín a todos sus bonsais. Entre las herramientas buscó una pala y cuidadosamente los trasplantó alejados de la casa.

Sin más demora entró en la casa y le prendió fuego a todo. De nuevo salió al jardín, caminó una distancia prudencial y se quedó allí inmóvil viendo como las llamas lo devoraban todo. Sonreía. Era la mismísima personificación del alivio. Se permitió derramar una lágrima, no de tristeza ni de alegría, una lágrima indefinida, una lágrima de esas incontenibles, que se apoderan de todo tu ser y ni el mayor titánico esfuerzo es capaz de retener. Eso también le gustó, su nuevo yo continuaba siendo un ser humano, quizá el último ser humano. Después el vacío, la nada, la mente libre.

El acompasado sonido de las sirenas le devolvió al lugar donde se había quedado observándolo todo y sin dudarlo decidió continuar allí contemplado su creación.

Kiko Vallejo

martes, 16 de noviembre de 2010

¿Y Tú?

Sí, yo me muevo, vivo, me equivoco;
agua que corre y se entremezcla, siento
el vértigo feroz del movimiento:
huelo las selvas, tierra nueva toco.

Sí, yo me muevo, voy buscando acaso
soles, auroras, tempestad y olvido.
¿Qué haces allí misérrimo y pulido?
Eres la piedra a cuyo lado paso.

Alfonsina Storni

jueves, 11 de noviembre de 2010

Mentira Retroactiva

Mientras

le das tiempo

a tu sonrisa,

a tu mirada

a convencerse,

yo gritaré

a los cuatro vientos

que no quiero saber

nada mas de ti.


No hay mentira

mas grande

que la que se cree

uno mismo.

Kiko Vallejo

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Los Despavoridos

Negros en la nieve y en la bruma,
frente al gran tragaluz que se alumbra
con su culo en corro,

de hinojos, cinco niños con hambre
miran cómo el panadero hace
una hogaza de oro...

Ven girar al brazo fuerte y blanco
en la masa gris que va horneando
en la boca clara,

y escuchan cómo el rico pan cuece;
y el panadero, de risa alegre
su tonada canta

Se apiñan frente al tragaluz rojo,
quietos, para recibir su soplo
cálido cual seno;

y cuando, al dar las doce, el pan sale
pulido, torneado y curruscante,
de un rubio moreno,

cuando, bajo las vigas ahumadas,
las cortezas olorosas cantan,
como canta el grillo,

cuando sopla esa boca caliente
la vida... con el alma alegre
cobijada en pingos,

se dan cuenta de lo bien que viven...
¡Pobres niños que la escarcha viste!
-Todos tan juntitos,

apretando su hociquillo rosa
a las rejas; cantan cualquier cosa
por los orificios,

quedos, quedos -como una plegaria...
inclinados hacia la luz clara
de este nuevo cielo,

tan tensos, que estallan los calzones:
y sus blancas camisas de pobres
tiemblan en el cierzo.

Arthur Rimbaud

jueves, 4 de noviembre de 2010

Fué Sueño Ayer...

Fue sueño ayer, mañana será tierra.
¡Poco antes nada, y poco después humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra!

Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa, soy peligro sumo,
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo que me entierra.

Ya no es ayer, mañana no ha llegado;
hoy pasa y es y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.

Azadas son la hora y el momento
que a jornal de mi pena y mi cuidado
cavan en mi vivir mi monumento.

Francisco de Quevedo

martes, 2 de noviembre de 2010

Los Que Estan

Exhausto
solo puedo contemplar
como me envuelve
un halo de pesimismo
que no tiene diagnóstico aparente.

Mecánicamente realizo mis tareas,
adoctrinado por una letal rutina
que me incapacita por completo.

Es un estado de ánimo autoimpuesto
o quizá el peso de las toneladas de mierda
que vengo arrastrando de lejos
y que se magnifica
por la incapacidad
de alcanzar el borde del precipicio,
ese punto que una vez logrado
supondría el inicio
de un vuelo libre y despreocupado.

Desconozco mi futuro
o si realmente existe un futuro,
solo sé del ahora,
del presente implacable en el que vivo
y que veo pasar ante mi ojos
como un espectador en el cine
que aguarda pacientemente
el final de una aburridísima película.

No me resigno
y quizá debería hacerlo,
sería la salida mas fácil,
pero una vez fui Capitán
y eso quieras o no
te marca para siempre.

"Los jóvenes no saben
de la experiencia de una derrota
y que hay que perderlo todo
para saber un poco
"
escribe Camus,
yo que aún soy joven,
he perdido todo varias veces
y me he rehecho otras tantas,
siento la apremiante necesidad
de experimentar algún triunfo,
uno insignificante,
sin mérito ni reconocimiento,
alguna nimiedad que me demuestre
que los perdedores crónicos
a veces se alzan con la victoria.

No persigo la compasión de nadie,
ni compañías vacías e hipócritas,
eso no es una meta, es una mierda.
Simplemente ansío vislumbrar
una centelleante luz en el horizonte
o una leve brisa que empuje mi barco.

A pesar de todo
no caigo en el desánimo
y cada día me levanto
de la lona
con la mayor entereza que puedo
y me recuerdo a mi mismo
que no hay que sucumbir,
que a pesar
de que las fuerzas escasean
por ahí quedan muchas cosas
que merecen la pena,
y con la certeza de saber
que si me falta la energía
puedo extender mi mano
y alguno de los que están
me ayudará a levantarme.

Gracias por estar.

Kiko Vallejo