lunes, 30 de junio de 2014

Nocturno

Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre
se escucha que transita solamente la rabia,
que en los tuétanos tiembla despabilado el odio
y en las médulas arde continua la venganza,
las palabras entonces no sirven: son palabras.

Balas. Balas.

Manifiestos, artículos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas, neblinas estampadas.
¡Qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!

Balas. Balas.

Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste,
lo desgraciado y muerto que tiene una garganta
cuando desde el abismo de su idioma quisiera
gritar lo que no puede por imposible, y calla.

Balas. Balas.

Siento esta noche heridas de muerte las palabras.


Rafael Alberti

viernes, 27 de junio de 2014

Sol de Septiembre 1

Localizar su rostro a lo lejos, entre la multitud, me tranquilizó por unos instantes. Me acerqué a ella corriendo y la estreché entre mis brazos.

- Creía que no te volvería a ver. - Le dije con la voz entrecortada.

Ella me separó de un modo brusco y se alejó unos pasos hacia atrás. Allí se quedó inmóvil, sin gestos, sin alma, como una estatua de cera. Realmente, creo que todo se quedó parado.

- ¡Pequeña!¡Soy yo! - Chillé golpeándome el pecho con las manos abiertas.

Con la mirada perdida, se aparto el pelo de la cara y alargó su mano como si quisiera tocarme.

- Vivir es un espanto - Murmuró haciendo un esfuerzo titánico por pronunciar esas palabras.

Reunió el coraje que le quedaba y por un instante me aguantó la mirada. Después, se volvió y encaminó su paso hacia la estación de tren como si yo no estuviera allí.

Nunca más supe de ella. Tenía veinticuatro años cuando me pasó aquello.

Kiko Vallejo

  

jueves, 26 de junio de 2014

No se que ocurre


No sé qué ocurre.
Han apagado la luz de las farolas.
Duermo con las ventanas abiertas
pero no se oyen canciones.
 
La casa se ha llenado del hedor
inconfundible de la tristeza
y, no sé que ocurre, pero
me cansan las palabras
que antes florecían y colgaban
como geranios en mi balcón.
 
No sé que ocurre.
Creo que quieren robarnos otro verano.
Que crezcan las arrugas
y los pechos declinen lacios
sin acordes de dedos que orquesten
el baile de los pájaros en su miel.
 
Y, no sé qué ocurre, pero
sin palabras y sin música yo perezco
en las orillas cenagosas
de otro abrazo vacío.
 
Amelia Díaz

miércoles, 25 de junio de 2014

La senda del perdedor

Las gradas estaban construidas especialmente para el evento con unas tablas. Nos metimos debajo. Vimos a dos chicos bajo el centro de las gradas mirando hacia arriba. Tendrían unos 13 o 14 años, unos dos o tres años más que nosotros.

—¿A qué miran? —dije yo.
—Vamos a ver —dijo Frank.

Nos acercamos. Uno de los chicos nos vio venir.

—¡Eh, so mierdas, largo de aquí!
—¡Oh, coño, Marty, déjales echar un vistazo!

Nos acercamos hasta donde estaban ellos. Miramos hacia arriba.

—¿Qué pasa? —pregunté yo.
—¿Carajo, es que no lo ves? —dijo uno de los chicos.
—¿Ver qué?
—Es un coño.
—¿Un coño? ¿Dónde?
—¡Mira, justo allí! ¿Lo ves? Señaló.

Había una mujer sentada con la falda levantada por encima. No llevaba bragas, y mirando entre las tablas se le podía ver el coño.

—¿Lo ves?
—Sí, lo veo. Es un coño —dijo Frank.
—Está bien, ahora chavales os vais a ir de aquí y vais a mantener la boca cerrada.
—Pero queremos verlo un poco más —dijo Frank—. Sólo un poco más.
—De acuerdo, pero no demasiado. Nos quedamos allí mirándolo.
—Lo veo —dije yo.
—Es un coño —dijo Frank.
—Es un coño de verdad —dije yo.
—Sí —dijo uno de los chicos mayores—, eso es lo que es.
—Siempre me acordaré de esto —dije yo.
—Bueno, chavales, ya es hora de que os marchéis.
—¿Por qué? —preguntó Frank—. ¿Por qué no podemos mirar un poco más?
—Porque —dijo uno de los chicos mayores —voy a hacer una cosa. ¡Ahora largaros de aquí! Nos fuimos.
—Me pregunto qué irá a hacer —dije yo.
—No sé —dijo Frank—, puede que vaya a tirarle una piedra.

Salimos de debajo de las gradas y miramos a nuestro alrededor por si aparecía Daniel. No le vimos por ninguna parte.

—Puede que se haya ido —dije yo.
—A un tipo como ese no le gustan los aviones —dijo Frank.

Subimos a las gradas y esperamos a que comenzase el espectáculo. Miré a todas las mujeres que estaban allí sentadas.

—Me pregunto cuál sería —dije.
—Desde arriba no se puede saber —dijo Frank.

Entonces empezó el espectáculo aéreo.

Charles Bukowski
 

martes, 24 de junio de 2014

La tumba

Al día siguiente me trajeron a este cuarto con barrotes en la ventana, pero me he mantenido al tanto de ciertas cosas merced a un sirviente no muy espabilado, y ya de edad, por quien sentí gran cariño durante la infancia, y quién, al igual que yo, ama los cementerios. Lo que me he atrevido a contar de mis experiencias dentro de la cripta tan sólo me ha brindado sonrisas conmiserativas. Mi padre, que me visita a menudo, dice que no he traspasado el portal encadenado, y jura que el herrumbroso cerrojo, cuando él lo examinó, no daba muestras de haber sido tocado en cincuenta años. Incluso afirma que todo el pueblo conocía mis viajes a la tumba, y que con frecuencia me observaban durmiendo en el enramado exterior a la espantosa fachada, los ojos entreabiertos y fijos en el resquicio que conduce al interior. Contra tales afirmaciones carezco de pruebas, ya que mi llave se perdió durante la lucha en esa noche de horror. Las extrañas cosas del pasado que aprendí durante aquellos encuentros nocturnos con los muertos son atribuidos al fruto de mi codicioso e incesante hojear de los viejos volúmenes de la biblioteca familiar. De no haber sido por mi viejo criado Hiram, a estas alturas yo mismo estaría bastante convencido de mi propia locura.

H.P. Lovecraft