viernes, 17 de junio de 2011

Calígula (Fragmento)


Entra rápidamente Calígula.

CALÍGULA. Perdonad, pero los asuntos de Estado son urgentes. (Al Intendente.) Intendente, harás cerrar los graneros públicos. Acabo de firmar el decreto. Lo encontrarás en la cámara.

EL INTENDENTE. Pero...

CALÍGULA. Mañana habrá hambre.

EL INTENDENTE. Pero el pueblo va a protestar.

CALÍGULA (con fuerza y precisión). Digo que habrá hambre mañana. Todo el mundo conoce el hambre, es una calamidad. Mañana habrá calamidad... y detendré la calamidad cuando me plazca. (Explica a los demás.) Después de todo, no tengo tantos modos de probar que soy libre. Siempre se es libre a expensas de alguien. Es fastidioso, pero normal. (Con una ojeada a Mucio.) Aplicad este pensamiento a los celos y veréis. (Pensativo.) Con todo, ¡qué feo es ser celoso! ¡Sufrir por vanidad y por imaginación! Ver a la mujer de uno... Mucio aprieta los puños y abre la boca.

CALÍGULA (muy rápido). Comamos, señores. ¿Sabéis que trabajamos firme con Helicón? Estamos perfeccionando un tratadito sobre la ejecución; ya me diréis qué tal.

HELICÓN. Suponiendo que os pidan vuestra opinión.

CALÍGULA. ¡Seamos generosos, Helicón! Descubrámosles nuestros secretitos. Vamos, sección III, parágrafo primero.

HELICÓN (se pone de pie y recita mecánicamente). "La ejecución alivia y libera. Es tan universal, fortalecedora y justa en sus aplicaciones como en su intención. Muere el que es culpable. Se es culpable por ser súbdito de Calígula. Ahora bien, todo el mundo es súbdito de Calígula. Luego todo el mundo es culpable. De donde resulta que todo el mundo muere. Es cuestión de tiempo y paciencia."

CALÍGULA (riendo). ¿Qué os parece? Paciencia, ¿eh?, qué hallazgo. ¿Queréis que os lo diga?: es lo que más admiro en vosotros. Ahora, señores, podéis disponer. Quereas ya no os necesita. ¡Sin  embargo, que se quede Cesonia! ¡Y Lépido! Mereya también.   Quisiera discutir con vosotros la organización de mi prostíbulo. Me causa grandes preocupaciones.

Los otros salen lentamente. Calígula sigue a Mucio con la mirada.

Albert Camus

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