miércoles, 2 de julio de 2014

Técnica y Civilización


Ahora bien, la ordenada vida puntual que primeramente tomó forma en los monasterios no es  connatural   a   la   humanidad,   aunque   hoy   los   pueblos   occidentales   están   tan  completamente reglamentados por el reloj que constituye una “segunda naturaleza”, considerando su observancia como  un hecho natural.

Muchas civilizaciones orientales han florecido teniendo poca cuenta del tiempo: los  indios han sido en realidad tan indiferentes al tiempo que les falta incluso una auténtica cronología de  los años. Todavía ayer, en el centro de las industrializaciones de la Rusia soviética, apareció una  sociedad para fomentar el uso de relojes y hacer la propaganda de los beneficios de la puntualidad. La  popularización del registro del tiempo, que siguió a la producción sistemática del reloj barato,  primeramente en Ginebra, después en Estados Unidos, hacia mitad del siglo pasado, fue esencial para  un sistema bien articulado de transporte y de producción.

La medición del tiempo fue primeramente atributo peculiar de la música: dio valor industrial a la  canción del taller o al abatir rítmico o a la saloma de los marinos halando una cuerda. Pero el efecto del  reloj mecánico es más penetrante y estricto: preside todo el día desde el amanecer hasta la hora del  descanso. Cuando se considera  el día como un lapso abstracto de tiempo, no se va uno a la cama  con las gallinas en una noche de invierno: uno inventa pábilos, chimeneas, lámparas, luces de gas,  lámparas eléctricas, de manera aprovechar todas las horas que pertenecen al día. Cuando se considera el  tiempo, no como una sucesión de experiencias, sino como una colección de horas, minutos y segundos, aparecen los hábitos de acrecentar y ahorrar el tiempo. El tiempo cobra el carácter de un espacio  cerrado: puede dividirse, puede llenarse, puede incluso dilatarse mediante el invento de instrumentos  que ahorran el tiempo.

El tiempo abstracto se convirtió en el nuevo ámbito de la existencia. Las mismas funciones  orgánicas se regularon por él: se comió, no al sentir hambre, sino impulsado por el reloj. Se durmió, no  al sentirse cansado, sino cuando el reloj nos exigió. Una conciencia generalizada del tiempo acompañó  el empleo más extenso de los relojes. Al disociar el tiempo de las secuencias orgánicas, se hizo más  fácil para los hombres del renacimiento satisfacer la fantasía de revivir el pasado clásico o los  esplendores de la antigua civilización de Roma. El culto de la historia, apareciendo primero en el ritual  diario, se abstrajo finalmente como una disciplina especial. En el siglo XVII hicieron su aparición el  periodismo y la literatura periódica; incluso en el vestir, siguiendo la guía de Venecia como centro de la  moda, la gente cambió la moda cada año en vez de cada generación.

No puede sobrestimarse el provecho en eficiencia mecánica gracias a la coordinación y la  estrecha articulación de los acontecimientos del día. Si bien este incremento no puede medirse  sencillamente en caballos de fuerza, sólo tiene uno que imaginar su ausencia hoy para prever la rápida  desorganización y el eventual colapso de toda nuestra sociedad. El moderno sistema industrial podría  prescindir del carbón, del hierro y del vapor más fácilmente que del reloj.

Lewis Munford

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