- Buenos días. Necesito un sombrero.
- Pero, esto es una casa de empeño y usted viene desnudo.
- A decir verdad, ya sabía ambas cosas. Aunque, eso no implica que no necesite un sombrero.
- ¿Tiene dinero?
- ¿Para qué voy a tener? No tengo bolsillos donde guardarlo.
- Tiene razón, le mantendría ocupada una mano.
- Y si tuviese mucho, las dos. Había pensado en empeñar mi sombra para poder comprarle el sombrero. Es poco práctico tener sombra. ¿No se si usted ha reflexionado al respecto? El otro día por ejemplo, hacía un sol de justicia y yo esperaba a ver si ocurría algo. Entonces caí en la cuenta de que tenía mucho calor y me puse a observar mi sombra. Tan oscura, tan apetecible, tan fresquita y a la vez tan inaccesible. Durante un largo rato trate de resguardarme bajo ella. ¿Sabe usted lo complicado que es ponerse uno bajo su propia sombra? Terminé desistiendo.
- Interesante reflexión. Concédame un instante, voy a consultar mi libro de inventarios. Veamos. Una mueca, un bote de pegamento, insultos, betún, pensamientos lascivos, un beso de despedida. ummmmmmmmmm. Aquí está, un sombrero. Ýa sabía yo que disponía de alguno. No le importará que sea de paja, ¿Quizá demasiado informal?
- Creo que me servirá. Hace tiempo que no asisto a ningún evento de gala. Además, si se diese el caso, creo que con ponerle una pluma me podría valer.
- No lo dude. Una bonita pluma le transformaría en la elegancia personificada. Ya sabe usted como son las modas, uno no sabe que lucir en los tiempos que corren. Pero una pluma en el sombrero. ¡Eso sería lo apropiado! Déjeme ver, creo que tengo alguna por aquí.
- No se moleste. Si me la diese en estos momentos podría mancharla o peor aún, perderla. Prefiero tenerla sólo si la necesito.
- Aguarde entonces un instante. Le devolveré su cambio.
- Déjelo. Ya sabe, no tengo bolsillos.
- Al menos acepte que le invite a un café.
- ¿Puede ser un vaso de agua? Tengo en mente adquirir un abanico y tenía pensado empeñar el hambre que paso. Ya sabe usted, si tomo un café se aplacaría lo suficiente para devaluarse. Y entonces no se si me alcanzaría.
- En ese caso, no le invito a nada. Así podrá conseguir su abanico.
- Se lo agradezco. Es usted muy atento. Ha sido un placer hacer negocios con usted. Que tenga un buen día.
- Lo mismo digo caballero.
Kiko Vallejo
- Pero, esto es una casa de empeño y usted viene desnudo.
- A decir verdad, ya sabía ambas cosas. Aunque, eso no implica que no necesite un sombrero.
- ¿Tiene dinero?
- ¿Para qué voy a tener? No tengo bolsillos donde guardarlo.
- Tiene razón, le mantendría ocupada una mano.
- Y si tuviese mucho, las dos. Había pensado en empeñar mi sombra para poder comprarle el sombrero. Es poco práctico tener sombra. ¿No se si usted ha reflexionado al respecto? El otro día por ejemplo, hacía un sol de justicia y yo esperaba a ver si ocurría algo. Entonces caí en la cuenta de que tenía mucho calor y me puse a observar mi sombra. Tan oscura, tan apetecible, tan fresquita y a la vez tan inaccesible. Durante un largo rato trate de resguardarme bajo ella. ¿Sabe usted lo complicado que es ponerse uno bajo su propia sombra? Terminé desistiendo.
- Interesante reflexión. Concédame un instante, voy a consultar mi libro de inventarios. Veamos. Una mueca, un bote de pegamento, insultos, betún, pensamientos lascivos, un beso de despedida. ummmmmmmmmm. Aquí está, un sombrero. Ýa sabía yo que disponía de alguno. No le importará que sea de paja, ¿Quizá demasiado informal?
- Creo que me servirá. Hace tiempo que no asisto a ningún evento de gala. Además, si se diese el caso, creo que con ponerle una pluma me podría valer.
- No lo dude. Una bonita pluma le transformaría en la elegancia personificada. Ya sabe usted como son las modas, uno no sabe que lucir en los tiempos que corren. Pero una pluma en el sombrero. ¡Eso sería lo apropiado! Déjeme ver, creo que tengo alguna por aquí.
- No se moleste. Si me la diese en estos momentos podría mancharla o peor aún, perderla. Prefiero tenerla sólo si la necesito.
- Aguarde entonces un instante. Le devolveré su cambio.
- Déjelo. Ya sabe, no tengo bolsillos.
- Al menos acepte que le invite a un café.
- ¿Puede ser un vaso de agua? Tengo en mente adquirir un abanico y tenía pensado empeñar el hambre que paso. Ya sabe usted, si tomo un café se aplacaría lo suficiente para devaluarse. Y entonces no se si me alcanzaría.
- En ese caso, no le invito a nada. Así podrá conseguir su abanico.
- Se lo agradezco. Es usted muy atento. Ha sido un placer hacer negocios con usted. Que tenga un buen día.
- Lo mismo digo caballero.
Kiko Vallejo
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