miércoles, 17 de noviembre de 2010

El Último Ser Humano

La idea de volver a acariciar su rostro capturado en aquel precioso retrato le atormentaba por completo, aunque vivía con la certeza de que tarde o temprano consumaría de nuevo ese maquiavélico e irrefrenable ritual. Meses atrás había tomado la tajante decisión de apagar todos los relojes, no soportaba la idea de escuchar como pasaba el tiempo ante sus ojos y la incapacidad para retener uno solo de esos instantes, asirlo firmemente con su mano y no soltarlo jamas.

A pesar de todo, esa mañana sentía un enorme nudo en el estómago, una extraña e implacable sensación de agobio que le forzó a ponerlos de nuevo en funcionamiento. Necesitaba escucharlos, tener la certeza de que el tiempo no se había detenido, sentir su respiración acompasada con el segundero y tomar conciencia de que la vida se le escapaba ante sus ojos sin poder hacer nada por evitarlo.

Los recuerdos le inundaban la cabeza, nublaban sus ideas, sus sueños y ambiciones, impregnaban su vacía existencia como el polvo que se asienta en las viejas bibliotecas. Le resultaba imposible distinguir la realidad, su realidad. Ansiosamente rebuscó en el cenicero una colilla que aún no hubiese apurado, pero no la encontró y una cólera desenfrenada se adueñó de sus actos.

Empuñó firmemente el atizador de la chimenea y comenzó a destruirlo todo, los relojes, los muebles y estanterías, las puertas y las paredes, cualquier cosa que se encontraba a su paso. Esos instantes de desenfrenado frenesí le devolvieron la libertad, vaciaron sus pensamientos de problemas y anhelos, le enseñaron de nuevo que podía haber un camino que seguir, la destrucción se mostraba como una alternativa vital y eso le reconfortaba en sobre manera.

Durante varias horas se quedó inmóvil contemplando su obra, le agradaba la idea de que todo podría sucumbir, que nada se le resistía. Se reafirmaba en su nuevo yo, retroalimentando su ego y reflexionando a cerca de la revelación que acababa de experimentar.

Escrutó detenidamente todos los destrozos hasta que fijó su mirada en un fragmento bastante grande del espejo del recibidor. Caminó cuidadosamente hasta el, lo cogió con fuerza sintiendo como cortaba sus manos y observó detenidamente su rostro reflejado. Se sentó en el suelo y se dio asco. Su aspecto ya no le representaba y sintió la urgente necesidad de mostrarse como ahora era. Estiró su mano y seleccionó minuciosamente un pequeño cristal afilado. Sosteniendo con su mano izquierda el espejo proyectaba su nueva apariencia mientras rajaba su cara desde la frente hasta el mentón, con la única precaución de no dañar su ojo.

La punzante sensación le produjo risa. Sentía como las gotas de sangre resbalaban por su rostro, se detenían un instante en su barbilla y después caían. Durante casi un minuto aguanto la respiración, necesitaba disfrutar del silencio penetrante que inundaba la sala y que tan solo se atrevían a romper esas gotas de sangre al impactar con el suelo.

Un leve murmullo comenzó retumbar, chocaba y rebotaba por las paredes hasta impactar contra su cabeza. No era capaz de ubicarlo pero le resultaba muy incomodo. Recapacitó unos instantes, esto ya lo había vivido otras veces. El nerviosismo se apoderó de nuevo de sus actos y comenzó a buscar el maldito retrato de forma compulsiva. No tardó mucho en localizarlo. Allí tirada en el suelo, observándolo fijamente, estaba la maldita foto.

- ¿Ya no me soportas? - Gritó con voz severa.
- Se acabó, todo lo que representabas para mí, se acabó.

Con paso firme avanzó hasta el retrato, lo acarició de nuevo seguro de que esta si sería la última vez y lo lanzó a la chimenea. Ansiosamente comenzó a cargarla con restos del mobiliario hasta que quedó repleta, pero eso le pareció insuficiente. Apiló en torno a ella todo lo que encontró a su paso, hasta que la gran habitación se tornó en un improvisado vertedero, pero eso también le pareció insuficiente.

Se detuvo y centró sus pensamientos en la sala de la caldera. Dos mil litros de combustible esperaban su momento para ser quemados, este momento. A la carrera descendió por las escaleras hasta el sótano. Llenó varios recipientes de gasolina. En varias tandas los fue subiendo al piso de arriba y vertiéndolos, en primer lugar sobre las cosas amontonadas en torno a la chimenea, después, aleatoriamente por todos los lados. Bajo una última vez, desprendió la tubería que unía el depósito con la caldera y dejó que se derramase el combustible por todo el piso de abajo.

Se tomó un largo tiempo para paladear el aroma que desprendía todo. Ese olor a gasolina le producía un extraño bienestar. Después subió a su habitación y se vistió con ropas elegantes. Uno a uno sacó al jardín a todos sus bonsais. Entre las herramientas buscó una pala y cuidadosamente los trasplantó alejados de la casa.

Sin más demora entró en la casa y le prendió fuego a todo. De nuevo salió al jardín, caminó una distancia prudencial y se quedó allí inmóvil viendo como las llamas lo devoraban todo. Sonreía. Era la mismísima personificación del alivio. Se permitió derramar una lágrima, no de tristeza ni de alegría, una lágrima indefinida, una lágrima de esas incontenibles, que se apoderan de todo tu ser y ni el mayor titánico esfuerzo es capaz de retener. Eso también le gustó, su nuevo yo continuaba siendo un ser humano, quizá el último ser humano. Después el vacío, la nada, la mente libre.

El acompasado sonido de las sirenas le devolvió al lugar donde se había quedado observándolo todo y sin dudarlo decidió continuar allí contemplado su creación.

Kiko Vallejo

3 comentarios:

  1. Un día abrí al azar la novela 2066 de Roberto Bolaño y me encontré con esto: "esos impulsos iban seguidos de otros más destructivos: prenderle fuego a mi apartamento, cortarme las venas, no volver nunca más a la universidad y llevar en adelante una vida de vagabunda..."; esas palabras se me quedaron prendadas por completo y las recordé al leer tu cuento. Los locos son regularmente quienes cortan el hilo de cualquier atadura: y lo son el dinero, y las cosas materiales, las propias ideas en un 'continuo'. Quizá la destrucción sea en algún momento, sí, una "alternativa vital". Podríamos decir que tu personaje se purifica. Le encajé el colmillo y no tengo queja alguna en cuanto a la estructura, excepto de algunos adverbios que cortan vitalidad a la narración.

    ResponderEliminar
  2. Te darás cuenta que al final el sueño me impidió ser menos específica jajaja...

    ResponderEliminar