domingo, 13 de junio de 2010

La Casada Infiel

Y que yo me la lleve al río

creyendo que era mozuela

pero tenía marido.



Fue la noche de Santiago

y casi por compromiso.

Se apagaron los faroles

y se encendieron los grillos.

En las últimas esquinas

toque sus pechos dormidos,

y se me abrieron de pronto

como ramos de jacintos.

El almidón de su enagua

me sonaba en el oído

como una pieza de seda

rasgada por diez cuchillos.

Sin luz de plata en sus copas

los árboles han crecido

y un horizonte de perros

ladra muy lejos del río.



Pasadas las zarzamoras,

los juncos y los espinos,

bajo su mata de pelo

hice un hoyo sobre el limo.



Yo me quite la corbata.

Ella se quitó el vestido.

Yo el cinturón con revólver.

Ella sus cuatro corpiños.



Ni dardos ni caracolas

tienen el cutis tan fino,

ni los cristales con luna

relumbran con ese brillo.



Sus muslos se me escapaban

como peces sorprendidos,

la mitad llenos de lumbre,

la mitad llenos de frío.



Aquella noche corrí

el mejor de los caminos,

montado en potra de nacar

sin bridas y sin estribos.



No quiero decir, por hombre,

las cosas que ella me dijo.

La luz del entendimiento

me hace ser muy comedido.



Sucia de besos y arena

yo me la lleve al río.

Con el aire se batían

las espadas de los lirios.



Me porté como quien soy,

como un gitano legítimo.

Le regalé un costurero

grande, de raso pajiso,

y no quise enamorarme

porque teniendo marido

me dijo que era mozuela

cuando la llevaba al río.


Federico García Lorca

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