Una vez un niño, no tan niño, encontró unas hojas de papel y unos lápices de colores. Sin dudarlo, cogió una de ellas y dibujó una estrella. Cogió otra y pintó la luna. No pudo resistir la tentación y sin parar hasta que solo quedaron dos, dibujó flores y nubes, animales y pájaros, el sol, con su amanecer y su atardecer, un bosque en primavera y otro en otoño y unas preciosas montañas cubiertas de nieve. En la penúltima hoja escribió una poesía y con la última de ellas construyó un sobre donde lo metió todo.
No escribió ningún remite y no colocó sello alguno, lo único que anotó en el fue, “Para todo aquel que se halla olvidado del cielo azul, del brillo del sol y las estrellas, de la belleza de una montaña, del olor de una flor, del vuelo libre de un pájaro, de un lugar lleno de animales salvajes, de las formas que hacen las nubes, de los bosques verdes en primavera y dorados en otoño, de observar un amanecer o dibujar un atardecer, de disfrutar con una poesía, y lo más importante de todo, para todos aquellos que olvidaron que algún día fueron niños.”
Después de escribir esto, cerró el sobre y lo metió en el buzón, esperando que la carta llegara a su destino.
Pasó mucho tiempo y ese niño, que ya no era tan niño, se hizo un hombre con todo lo que acarrea ser un hombre. Se le llenó la cabeza de preocupaciones y no recordaba que una vez fue un niño. Permaneció así largo tiempo, hasta que un día vio que el cartero le había dejado una vieja carta que parecía haber sido abierta y cerrada muchas veces, y que no tenía ni remite ni sello alguno y tan solo decía, “Para todo aquel que se halla olvidado del cielo azul, del brillo del sol y las estrellas, de la belleza de una montaña, del olor de una flor, del vuelo libre de un pájaro, de un lugar lleno de animales salvajes, de las formas que hacen las nubes, de los bosques verdes en primavera y dorados en otoño, de observar un amanecer o dibujar un atardecer, de disfrutar con una poesía, y lo más importante de todo, para todos aquellos que olvidaron que algún día fueron niños.”
Kiko Vallejo
No escribió ningún remite y no colocó sello alguno, lo único que anotó en el fue, “Para todo aquel que se halla olvidado del cielo azul, del brillo del sol y las estrellas, de la belleza de una montaña, del olor de una flor, del vuelo libre de un pájaro, de un lugar lleno de animales salvajes, de las formas que hacen las nubes, de los bosques verdes en primavera y dorados en otoño, de observar un amanecer o dibujar un atardecer, de disfrutar con una poesía, y lo más importante de todo, para todos aquellos que olvidaron que algún día fueron niños.”
Después de escribir esto, cerró el sobre y lo metió en el buzón, esperando que la carta llegara a su destino.
Pasó mucho tiempo y ese niño, que ya no era tan niño, se hizo un hombre con todo lo que acarrea ser un hombre. Se le llenó la cabeza de preocupaciones y no recordaba que una vez fue un niño. Permaneció así largo tiempo, hasta que un día vio que el cartero le había dejado una vieja carta que parecía haber sido abierta y cerrada muchas veces, y que no tenía ni remite ni sello alguno y tan solo decía, “Para todo aquel que se halla olvidado del cielo azul, del brillo del sol y las estrellas, de la belleza de una montaña, del olor de una flor, del vuelo libre de un pájaro, de un lugar lleno de animales salvajes, de las formas que hacen las nubes, de los bosques verdes en primavera y dorados en otoño, de observar un amanecer o dibujar un atardecer, de disfrutar con una poesía, y lo más importante de todo, para todos aquellos que olvidaron que algún día fueron niños.”
Kiko Vallejo
Hace años ya que escribí este texto para una persona especial para mi y aqui os lo dejo.
ResponderEliminarPd:"También lo escribí para mi sabiendo que llegaría un día como hoy"
Me parece muy interensante... ojalá nunca dejaramos la gran realidad de ser niños, que no nos contaminaramos en el caminar de tantas cosas.
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